CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 22 de marzo de 2023
Este martes escuché la interesante entrevista que algún colega periodista le hizo al director general del Instituto de la Educación Básica de Morelos (IEBEM), maestro Eliacín Salgado de la Paz, respecto a los vídeos de adolescentes, sobre todo de educación secundaria, liándose a golpes con compañeros suyos, mientras son filmados (mediante teléfonos celulares) por otros que los azuzan y ríen a carcajadas, sin importarles las eventuales consecuencias de sus actos, como recientemente sucedió en el caso de una alumna agredida por otra, hasta causarle las lesiones craneoencefálicas que le cortaron la vida. Ambas chamacas apenas rayaban los 14 años. La agresora y su madre están detenidas, encarceladas y sometidas a proceso penal. Los penosos hechos sucedieron en Zumpango, Estado de México.
El maestro Salgado de la Paz resaltó que esta violencia se vincula al acoso escolar (bullying) proveniente desde la educación primaria, cuyos orígenes se ubican en la violencia intrafamiliar, la desintegración de las familias, la pérdida de valores y la autoridad cada vez más diluida. El principio de autoridad está en decadencia. Empero, también tiene sus raíces en la descomposición del tejido social, cuyas dos células fundamentales son la familia y la escuela.
Tiene razón el maestro Salgado de la Paz, quien solicitó mayor atención de los padres de familia sobre sus hijos; nunca dejarlos a la deriva y mantener constante comunicación con los maestros para interceptar cualquier conducta nociva. Lo anterior debe ser una responsabilidad obligatoria entre padres y maestros.
La descomposición del tejido social, según gobernantes demagogos, es un tema “multifactorial”. Infortunadamente para millones de mexicanos, los mismos gobiernos demuestran incompetencia para diseñar políticas públicas tendientes a reconstruir el tejido social. Sin embargo, todo apunta a que nuestros presuntos líderes y “conductores sociales” han sido rebasados por la inseguridad pública, así como por otras problemáticas como la corrupción y los conflictos entre políticos. Hoy por hoy, los más encumbrados hombres y las más afamadas mujeres ligados con la administración pública no son el mejor ejemplo para los adolescentes, quienes a diario son bombardeados por reportes sobre la pésima conducta de esos políticos.
Efectivamente: ambas instituciones, la familia y la escuela, están en crisis y han contribuido a la degradación de todo el conjunto de nuestra sociedad.
No obstante, tal situación crítica no parte de una inclinación natural al desastre, sino de determinados factores que han erosionado sus bases, que el cine nacional proyectó con gran orgullo durante su época dorada.
Algunos sociólogos ubican a la situación económica como primer factor de corrosión.
Dicho escenario apareció después de varios sexenios de “desarrollo estabilizador” (tan socorrido por AMLO) y el comienzo del liberalismo económico propugnado por una pléyade de gerentes públicos incrustados en los más altos niveles del gobierno federal.
El resultado: desempleo, aumento del ocio, apatía, incertidumbre, miedo, depresión, múltiples expresiones de actos ilegales para la obtención de dinero fácil y violencia intrafamiliar.
Sumemos la revolución tecnológica, que impactó las bases de familias surgidas a finales de los años sesenta, principales destinatarias de la “era digital” con la cual se conectaron enormes extensiones del globo terráqueo.
La principal característica de tal desfase fue una brecha de comprensión entre las generaciones implicadas, propiciando un fenómeno social cuya resultante ha sido el individualismo. Un ejemplo de lo anterior son los teléfonos celulares y demás dispositivos móviles.
Otras circunstancias tienen estrecha relación con la imposibilidad de adquirir viviendas dignas, más allá de las que ofensivamente promueven los grandes desarrolladores inmobiliarios; tratándose de cuartitos donde los niños permanecen enclaustrados o son obligados a salir a la calle, donde lo que menos existen son espacios diseñados para la recreación. Las familias duermen apiladas, codo con codo, en sitios donde llegan a vivir otras con orígenes sociales diversos y hasta contrapuestos.
El tejido social se integra con todas las unidades básicas de interacción y socialización de los distintos grupos y agregados que componen una sociedad; es decir, por las familias, las comunidades, los símbolos de identidad, las escuelas, las iglesias y en general las diversas asociaciones. Ya señalamos que la familia y la escuela están en crisis. Pero, ¿cómo se encuentra el resto? También en descomposición.
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