PERSPECTIVA
Por Marcos Pineda
Miércoles 15 de marzo de 2023
Uno de los pasajes de la mitología griega, al que se atribuye el origen de la Guerra de Troya, es la boda entre Peleo, quien fuera nieto de Zeus, héroe y rey de Ftía con Tetis, una ninfa de mar, parte de las cincuenta nereidas, capaces de cambiar de forma física a su antojo. Ambos procrearon al poderoso guerrero, Aquiles, quien tuvo un papel protagónico, a la postre, en el asedio de la ciudad troyana.
Aunque hay diferentes versiones e interpretaciones, desde la Ilíada de Homero hasta las obras de Ovidio, Luciano y otros autores, coinciden en la leyenda de que a la boda fueron invitados los dioses, con excepción de Eris, la diosa de la discordia y la envidia. Tal desatención enfureció a la diosa, quien urdió un plan de venganza.
En pleno banquete, Eris se presentó y lanzó a la mesa una manzana dorada con una inscripción, kallisti, que se puede traducir como “para la más bella” o “para la más hermosa”. Inició, entonces, una disputa entre Hera, la esposa de Zeus y diosa del matrimonio, Atenea, entre otras atribuciones, diosa de la guerra, la sabiduría, la civilización y la estrategia, y Afrodita, diosa de la belleza, la sensualidad y el amor.
Zeus zanjó la pelea por la manzana encomendando al príncipe troyano, Paris, la decisión de a quién de las tres entregar la manzana, debido a que, por su oficio de pastor, había vivido alejado de las pasiones humanas y, por tanto, podría hallar en él a un juzgador imparcial.
Haciendo una simple analogía, imagine usted que la manzana representa la candidatura, una anhelada candidatura a un importante cargo de elección popular. Las diosas que contienden por la manzana serían entonces las aspirantes, corcholatas o fichas, según el caso. Y el juicio de Paris para entregar la manzana, ¿qué cree?, pues representaría a las encuestas para tomar la decisión.
Así Zeus, el dios de dioses, que, claro se trata de Andrés Manuel, se deslinda de responsabilidades al confiar en el juicio objetivo e imparcial del pueblo, representado por el joven Paris. Sin embargo, como suele suceder en la política, cada una de las diosas hacen una oferta a cambio de verse elegidas. Hera le ofreció poder, todo el poder. Atenea, sabiduría e inteligencia para ganar todas sus batallas. El ofrecimiento de Afrodita, por quien al final se decidió, fue el amor de la más bella mujer del mundo, Helena. Sólo que como Helena estaba casada con el rey Menelao, Paris optó por raptarla, con lo que dio inicio la famosa guerra.
Siguiendo con la analogía, los ofrecimientos vendrían a ser las campañas anticipadas de las y los aspirantes, sus promesas al pueblo que supuestamente tomaría una decisión imparcial, pero que al final se vería seducido por la mercadotecnia, la imagen pública, generada a partir de apreciaciones subjetivas.
Las manzanas de la discordia, porque hablamos de muchas candidaturas, ya están sobre la mesa. La disputa comenzó. ¿Quiénes, como Helena, podrán convencer con una mejor imagen que las demás al pueblo que habrá de tomar la decisión? Eso es lo que veremos hacia finales de este año.
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