CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 1 de marzo de 2023
Este lunes los medios nacionales difundieron, de manera muy intensa, la información relacionada con la masacre de cinco jóvenes en Nuevo Laredo, Tamaulipas, a manos del Ejército Mexicano. Una vez más, la institución fue gravemente exhibida debido al cúmulo de versiones sobre lo ahí ocurrido durante la madrugada del pasado domingo.
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Si ustedes vieron los vídeos subidos por centenares de usuarios de las redes sociales, apreciaron, no el momento en que la patrulla del Ejército disparó contra los tripulantes de una camioneta GM Silverado (seis jóvenes, uno de ellos norteamericano), sino después de los hechos, cuando casi una veintena de soldados acudió a la colonia Manuel Cavazos Lerma de dicha ciudad para levantar la camioneta con una grúa, también de la Sedena, y llevársela.
Habitantes de esa comunidad, así como familiares de las víctimas, se enfrentaron con los militares, golpeándolos, hasta que uno de ellos sacó su arma reglamentaria e hizo disparos al aire y el piso como medida de disuasión. Los civiles rechazaban que el vehículo fuera sacado del lugar donde se encontraba. Desde luego, la feroz acción civil fue provocada por lo que ya había trascendido durante la madrugada del domingo: los elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional abusaron de la fuerza y la capacidad de fuego, matando a los muchachos que, al parecer, iban desarmados. Su gran pecado, quizás, fue no haberse detenido ante los militares.
Reacciones violentas de ciudadanos contra miembros del Ejército Mexicano, como la ocurrida en Nuevo Laredo, se han intensificado en determinadas regiones mexicanas (verbigracia los estados del norte), hasta llegar al delgado límite que impide a los soldados accionar sus armas de fuego contra quienes los agreden, a veces con excesiva violencia. Así lo vimos en varios de los vídeos.
Pero, insisto, hasta ahora todo apunta a que los soldados no respetaron el protocolo de intercepción de personas sospechosas. Simple y llanamente, alcanzaron a la camioneta por la parte trasera y comenzaron el tiroteo. Se habla de que tres jóvenes, fuera del vehículo y tirados en la calle, fueron rematados con el tiro de gracia. Obvio, la Sedena tiene “otros datos”, señalando a las víctimas como quienes dispararon primero contra los elementos castrenses. Todo, absolutamente todo, ya es investigado por la Fiscalía General de la República y otras autoridades, incluidas las ministeriales de Tamaulipas.
Los militares están condicionados, teóricamente, para matar a quienes vulneren la seguridad nacional, pero en cuanto a los operativos que solo deberían corresponderle a las corporaciones civiles -inherentes a la seguridad pública- lamentablemente deben soportar, desde insultos, hasta golpizas, cuando los ciudadanos sienten vulnerados sus derechos humanos.
Según podemos inferir frente a los hechos de Nuevo Laredo, esto, es decir la “normalización” del quebranto de garantías por militares so pretexto de que andan combatiendo al crimen organizado, ya alcanzó niveles de enorme peligro, sobre todo en zonas del país caracterizadas por darle cobijo a grupos criminales, de los cuales reciben múltiples beneficios pecuniarios. Fuera máscaras: hay poblados enteros cuyos habitantes brindan protección a bandas delincuenciales a cambio de los recursos económicos que no recibirán en ningún lado, ni siquiera a través de los programas sociales de la Secretaría de Bienestar.
En infinidad de columnas he analizado las circunstancias predominantes en esas zonas del país, que no son pocas. Lo mismo puede existir la cultura de la violencia, que la cultura de las armas y la narcocultura. Nuevo Laredo es una ciudad caracterizada por tener las tres, al igual que otras localidades tamaulipecas e infinidad de pueblos sinaloenses, por mencionar solo dos estados del país. Basta recordar que Ovidio Guzmán López, capturado hace unos meses, vivía en una comunidad al sur de Culiacán protegido por los lugareños. Atención: con estas reflexiones no estoy encasillando a los cinco jóvenes abatidos en Nuevo Laredo al servicio de grupos criminales. No, no, no. Eso deberán determinarlo las autoridades respectivas. Pero la reacción tan adversa en contra de los militares lleva a uno a crear conjeturas respecto a los hechos, sobre todo si no hay información oficial. Empero, debe ponerse énfasis en el hecho de que las poblaciones reaccionan cada día con mayor agresividad en contra de los patrullajes de militares.
Hechos, como el de Nuevo Laredo, incrementan el rechazo a la militarización de la seguridad pública. Pero, atención: es posible que tal repudio se relacione con otros factores.
LA NARCOCULTURA
Aquí deseo referirme a una excelente investigación documental sobre la narcocultura en México, elaborada por América Tonantzin Becerra Romero, quien es catedrática de las universidades Nacional Autónoma de México, Autónoma de Nayarit, del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Su área de investigación se aboca a temas de los estudios culturales, especialmente en los relacionados con los jóvenes y su inserción en procesos culturales y educativos. Más adelante les proporcionaré el link donde ustedes hallarán la investigación completa, de la cual transcribiré a continuación algunas ideas, a fin de situarlos, gentiles lectores, en el escenario de Nuevo Laredo y otras latitudes de la República Mexicana.
La doctora Tonantzin Becerra expone factores de la narcocultura, como construcción social, que crean expectativas de vida y legitiman el tráfico de drogas a través de formas simbólicas como la música, literatura, series televisivas, religión, arquitectura y películas orientadas al narcotráfico. Asimismo, muestra los contenidos simbólicos implicados como la ostentación, el lujo, la violencia, la muerte, el territorio, la presencia de la mujer, el poder, la ilegalidad y la corrupción, entre otros.
Transcribo:
“La narcocultura es un fenómeno social que se vive en diferentes países de América Latina, sobre todo Colombia y México, aunque su desarrollo ha sido distinto al interior de cada nación por los rasgos socioculturales propios y la forma en que ha intervenido el narcotráfico en ellos. En México tiene una fuerte presencia a partir de la década de los setenta, con el incremento y diversificación de la producción de películas, música, series televisivas y documentales relacionados con el consumo y tráfico de drogas, pero también, por la difusión mediática que ha tenido el estilo de vida de los narcotraficantes, su lenguaje, consumos, vestuario, accesorios, entre otros aspectos; un ejemplo de ello es la ‘Chapo-moda’ que se produjo con la elevada venta de camisas que vestía Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán en algunas imágenes y videos publicados en internet”.
La narcocultura es, pues, el “conjunto de construcciones simbólicas, como generadora de expectativas de vida y como elemento legitimador del tráfico de drogas”.
Un aspecto constante en la caracterización de la narcocultura son las aspiraciones y deseos que puede generar.
“Los elementos simbólicos contenidos en ella crean representaciones e imaginarios sociales sobre el tráfico de drogas, que llegan a configurar un mundo de vida con estilos, valores y patrones de comportamiento propios, y seducen a una gran cantidad de personas al convertirse en anhelos que van desde el consumo y apropiación de los contenidos simbólicos, hasta la incorporación en actividades del narcotráfico”.
“Entre los atributos asignados por la narcocultura a los traficantes destacan la valentía, astucia, fiereza, valor, justicia, fama, bravura, sinceridad y respeto. A esa lista se suman la inteligencia, grandeza, habilidad en el uso de las armas, el éxito con las mujeres, la riqueza y el poder, aspectos que configuran los mitos y cobran fuerza en las interacciones sociales donde se conjuga la ficción con la realidad. Estos atributos ayudan a conformar una ontología del narcotraficante que tiende a presentarlo como alguien que se burla de la ley y la muerte, y siempre logra lo que quiere”.
Así las cosas y tras analizar la investigación de la doctora Tonantzin Becerra podemos inferir que en muchas poblaciones mexicanas los lugareños han brindado o siguen otorgando protección a grupos dedicados al tráfico de drogas, y están dispuestos a perder la vida enfrentándose con el estado mexicano, en el afán de conservar los recursos económicos provenientes de esa vertiente del crimen organizado. Lo lamentable, muy lamentable es que sean jóvenes quienes en mayor cantidad engrosan las células delictivas. Los abatidos la madrugada de este lunes en Nuevo Laredo eran jóvenes de entre 20 y 25 años de edad.
Esperaremos con responsabilidad el resultado de las investigaciones sobre lo acontecido en Nuevo Laredo y después lo comentaremos. Es vital que se esclarezca lo que realmente sucedió. Pero esto debe hacerse con la mayor objetividad, frente al indeseable encubrimiento institucional a quienes, probablemente, cometieron un multihomicidio en la muchas veces mencionada ciudad fronteriza.
LINK CON LA INVESTIGACIÓN ORIGINAL Y COMPLETA:
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-11912018000100109
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