ANÁLISIS
Por Jorge Messeguer Guillén
Viernes 20 de enero de 2023
El proceso electoral del 2006, el más competido en la historia del México democrático, cuyo desenlace lo resolvió el tribunal federal electoral reconociendo el triunfo de Felipe Calderón (FCH) por una diferencia de medio punto porcentual, el equivalente a unos 250 mil votos de diferencia en un universo de más de 41 millones de votos emitidos, es decir, la diferencia entre AMLO y FCH significó tan solo el 0.58%; para tener un comparativo, los votos nulos fueron cuatro veces más que esa diferencia entre el primero y segundo lugar, ascendieron a casi un millón de votos nulos; un porcentaje de poco más del 2% que es lo que normalmente se presenta en las elecciones.
La contienda fue dura, las campañas desplegaron todos los recursos disponibles de cada lado para influir en el electorado. Fue una elección en donde las estrategias políticas y de comunicación se confrontaron; en donde los mensajes en los medios de comunicación jugaron un papel determinante; en donde el menor error de uno de los candidatos era aprovechado por el adversario para inmediatamente salir con un spot en los medios machacando el tropezón y haciendo trizas al contrario.
Así se hizo con aquella famosa frase de «cállate chachalca» pronunciada por AMLO en un mitin, haciendo referencia a la abierta injerencia descarada del presidente Fox en la elección; fue un grito de exigencia al presidente de la República para que dejara de meterse en la elección apoyando a su candidato con los recursos del estado mexicano. Pues esta frase la utilizaron hábilmente los estrategas de FCH para decir que AMLO, en su expresión más autoritaria, significaba un peligro para México, introduciendo una variable siempre muy efectiva en el ánimo de los electores y de la gente en general: el miedo. El miedo juega en las elecciones.
Y les funcionó a tal grado de generar esa polarización que los llevó al triunfo.
Sin entrar en detalles ni mencionar los errores, que fueron varios del candidato de izquierda como el no haber ido al primer debate, si hay que reconocer que la estrategia y los recursos económicos que se gastaron en medios de comunicación hicieron que la diferencia se fuera acortando, mientras FCH crecía, AMLO había entrado en una pendiente de descenso que no pudieron sus estrategas contrarrestar.
Una de las consecuencias que trajo esta elección fue la modificación de las reglas electorales; desde la izquierda se impulsaron candados para no poder contratar medios de comunicación, se restringieron los tiempos de precampaña, campaña y otros candados que hasta ahora siguen vigentes. Una restricción importante fue la de impedir que el gobierno se metiera en los procesos y que los funcionarios no utilizaran recursos públicos para su beneficio. Y que el presidente no metiera las manos en la elección.
En 2018 finalmente obtiene el triunfo AMLO con una ventaja indiscutible, legitimidad y respaldo de más de 30 millones de votos. Bajo las reglas electorales que ellos mismos impulsaron después de la cuestionada elección del 2006.
En el 2021 desde el Palacio Nacional, el presidente dio el banderazo de salida de las contienda electoral presidencial del 2024, con las llamadas corcholatas y empezó en los hechos la carrera presidencial.
Hoy están los contendientes desatados haciendo campaña anticipada por todo el país, la jefa de gobierno de la CDMX subiendo espectaculares, pintando bardas y de gira por los estados mientras el sistema del Metro falla constantemente cobrando vidas humanas; Marcelo Ebrard con presencia en redes y nadando de a muertito con todo lo que sucede en la ciudad; el Secretario de Gobernación haciendo reuniones en sus oficinas de Bucareli en sábado por la tarde dando instrucciones a los gobernadores cercanos a Morena para que inviten a los tres pricipales aspirantes y de paso incluyan a Ricardo Monreal como premio de consolación.
El presidente utilizando las mañaneras para apoyar abiertamente a sus corcholatas y denostando hasta el insulto a la oposición, o a lo que queda de ella.
La gran contradicción de la 4T es precisamente actuar de manera contraria a los principios que enarbolaban cuando eran oposición; repetir sin recato alguno las prácticas que tanto criticaban del PRI y del PAN y hacerlo desde el púlpito de la supremacía moral.
Impulsaron leyes y candados para que en la elecciones no metiera la mano el presidente ni tampoco el uso de recursos públicos, sin embargo basta voltear a la marcha que se organizaron en noviembre para apoyar al líder máximo y único de la 4T y constatar como se utilizan los recursos públicos federales, estatales, municipales y legislativos con fines político partidistas.
El presidente no solo mete la mano, interviene sin importar si al hacerlo viola la ley que el mismo propuso allá en los tiempos del «cállate chachalaca», al fin y al cabo la máxima de este sexenio es que «no nos salgan con que la ley es la ley».
La historia se repite primero como tragedia, en este caso la 4T la repite como la gran farsa.
¡Sí, son peor que los de antes, me dice mi vecino Chanito!
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