

¡ENTRE SEMANA!
10 de diciembre de 2020.
Eduardo Ángel Cinta Flores
Hurgando dentro de mis recopilaciones con el fin de argumentar de manera diferente mi comentario del diario me encontré parte de uno que data de hace años.
Lo simpático y coincidente es que lo sustantivo encuentra ubicación en lo que ha venido sucediendo en los últimos años.
Dice un tratado que ninguna de las condiciones terquedad o soberbia se presenta puramente, pues nada en el comportamiento humano es tan claro y uniforme. Hay máscaras de soberbia que son más defensivas que reales. Y hay tercos a los que no los aguanta ni su madre.
Para comprenderlos es importante conocer el perfil psicológico de cada uno los personajes. Nadie acepta sus errores, no por estupidez sino por dos persistentes particularidades de su carácter: la obstinación y la obcecación.
Dice El Pequeño Larousse: terquedad es la condición del pertinaz, obcecado e irreducible. Los equivalentes incluyen entre muchos otros la inflexibilidad, la rigidez y la intransigencia. En el terco existe la firme resolución de radicalizarse en una idea o en un deseo propio. Tras de esa cara de autoafirmación es probable que se esconda la necesidad de no perder el control. El no aceptar las presunciones o argumentos de los adversarios es su objetivo fundamental, es resistirse a las influencias externas; razón por la cual no buscan consejo para tomar una decisión, son autónomos.
Los tercos forman un grupo heterogéneo, hay dentro de él personas sanas y personas con trastornos mentales. Aspectos de una y otra circunstancia, la salud y la enfermedad, se entrelazan para producir reacciones muy diversas, la bipolaridad, por ejemplo.
El terco es un ser inequívoco le cuesta mucho trabajo aceptar su falla y sufre de una gran sensibilidad a la crítica. Dependiendo de la magnitud de su patología y el grado de confianza que puedan ir construyendo, algunos de los individuos con estas características podrían llegar a reconocer y difícilmente aceptar sus fallas.
La soberbia dice el mismo diccionario, está relacionada con altivez y apetito desordenado de ser preferido a otro satisfactor y envanecimiento por la contemplación de lo propio con menosprecio de los demás expresando su ira con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas. Frente a un reclamo por un error considera que no le debe explicaciones a nadie pues le acompaña la pretensión de quien jamás se equivoca y no vacila en ratificar su posición por irracional que sea.
El soberbio acostumbra a ser orgulloso, prepotente, frío, calculador, cínico y manipulador. Disfruta de jugar con los sentimientos de los demás. Con tan negativos “dones” considera que el resto del mundo debe acomodarse a su planteamiento. Tal posición lo lleva a la certeza (falsa por su puesto) de su clara superioridad sobre los demás. En consecuencia, todos deben inclinarse –sin discusión– a su voluntad, de no hacerlo corren el riesgo de ser colocados en el extremo denominado “adversarios”.
Resumiendo, la persona soberbia sufre de un narcisismo posiblemente de raíces corrompidas, con quien la discusión es una pérdida de tiempo, pues jamás aceptará estar equivocado. Y es capaz de hacerse matar antes de conceder que está equivocado. Es mejor alejarse de él pues las posibilidades de cambio real son cercanas a cero.
Con el terco, pero de noble corazón, que es una especie en extinción, las cosas pueden ser diferentes y la convivencia con él es posible pues podrían aparecer mágicamente comportamientos genuinamente generosos.
Después de haber leído este texto era inevitable la comparación con ya saben quién, con la gran diferencia que no es uno de los dos, sino que las dos condiciones concurren en un solo individuo convirtiéndolo en un ser al que se debe tener respeto y temor a sus reacciones extremadamente cerebrales como viscerales.
Amigos solo me queda decir ¡Císcalo, císcalo diablo panzón!
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