¿Cómo podemos distinguir a un buen político mexicano? Don Jesús Reyes Heroles, importante ideólogo priísta (ya extinto), solía decir que escuchándolo:
“Cuando dice que sí, quiere decir tal vez; cuando dice tal vez, quiere decir probablemente no; y si dice no, entonces no es un buen político mexicano”.
Existe un magnífico libro titulado “País de Mentiras”, de Sara Sefchovich (socióloga de la UNAM y articulista de varios periódicos capitalinos), mismo que puede ser utilizado como una herramienta para analizar el discurso de funcionarios y otros actores de los partidos políticos que siempre han utilizado la mentira, primero para persuadir al electorado antes de los comicios, y después para sostenerse en los cargos públicos sin cumplir sus promesas.
Tocante a Morelos y en este contexto de abundancia veremos pronto la utilización de novedosos mecanismos propagandísticos con los cuales las camarillas políticas buscarán apoderarse de las instituciones públicas. Muchos querrán hacerlo llevando una mano adelante y otra atrás. Es decir, inmersos en precarismo financiero.
De un político profesional podemos esperar todo, menos la mínima congruencia y lealtad con lo que dice.
Expresa Sara Sefchovich:
“Lo que nunca deja de impresionar es la facilidad con la que en la política mexicana se pasa de la retórica de la evasión al pastiche del simulacro o simplemente de la simulación. Como si para la sociedad política las palabras no tuvieran la menor relevancia, el menor peso; como si su significado perteneciera al grado cero del significante. Y su solitario cometido fuera no disipar la sospecha sobre lo que falta por decir, sino mantenerla latente, en pie. Por su parte, la población ha creado una cultura o una coraza de la resistencia. Si el secretario de Hacienda anuncia que el peso no se devaluará, al día siguiente las casas de cambio amanecen con largas filas ante sus ventanillas. Si la propaganda oficial insiste en que Pemex no se privatizará, la gente está convencida de que se está privatizando. Si se advierte que la leche, el gas y la electricidad no aumentarán de precio, ya se sabe aproximadamente lo que sucederá”.
Cualquier coincidencia con hechos locales no es ninguna alusión personal, sino parte de la cotidianeidad de toda la sociedad morelense en su conjunto.
Sin embargo, la sociedad mexicana tiene ya una mayor percepción sobre el discurso político. Sabe cuándo nuestros hombres públicos mienten y emplean el doble discurso y la doble moral.
Lo peor vendrá al momento de contrastar los modelos de vida de quienes, a partir de la alternancia mandatada por los electores el 6 de junio del próximo año, empezarán a disfrutar de las mieles del poder.
Para ilustrar el doble discurso, la doble moral y la simulación de nuestros políticos siempre me agrada recordar el caso de un diputado local que, tras cobrar su primera “dieta” el 15 de agosto de 2003 (en aquella época el sueldo mensual era de 64 mil pesos), acudió a la tienda “Sam’s”, de donde salió con una plataforma repleta de productos, a la manera de un importante restaurantero. Sin embargo, se trataba de Guillermo López Ruvalcaba, entonces coordinador parlamentario del PRD, cuyo caso cristalizó otro adagio nacional: “Quien no ha tenido y llega a tener, loco se quiere volver”. López Ruvalcaba fue en 2018 el Secretario de Desarrollo Agropecuario del gobierno estatal, de donde lo corrieron por inepto.
Durante varios años, tomando como base la mentira en el discurso político y aludiendo hechos coyunturales, he escrito sobre Hannah Arendt (1906-1975), filósofa de origen alemán, quien recordó ese “pequeño” defecto humano en su libro “Entre el pasado y el futuro”, capítulo “Verdad y política” (editorial Península, Barcelona, 1996). Reflexiona así, resumiendo el problema:
“La reescritura de la historia y la fabricación de imágenes sobrecogedoras son lo propio de todos los gobiernos. Me refiero a los estragos de la manipulación de masas”.
Desde Aristóteles hasta Heidegger, san Agustín, Rousseau y Kant han pensado los recorridos de una concepción de la mentira, de la cual se infiere que la intención de mentir está en el origen de un engaño al otro o a uno mismo; que debe diferenciarse entre la mentira por error o de las incertidumbres más o menos deseadas que fecundan las ambigüedades del lenguaje. Kant rechaza el supuesto derecho de mentir “por humanidad” en nombre de principios meta-jurídicos.
La política mexicana, al igual que la morelense, inmersa como se dice en un periodo de transición hacia la democracia, sólo alcanza a conjugar un verbo. ¿Será transar, engañar, simular, falsificar, burlar o traicionar?
Empero, sería innecesario e imprudente dramatizar en exceso, pues la política es así (recordemos a Hannah Arendt). “Es una actividad de humanos, no de ángeles”, decía don Lauro Ortega (gobernador morelense en el periodo 1982-1988). Cualquier reproche en términos de honor, respetabilidad y virtud tendría que ser tachado de ingenuidad y moralismo.
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