Inmediatamente después empezaba el cálculo mental, un ejercicio en donde el maestro dictaba diez operaciones aritméticas combinando las cuatro operaciones básicas y otras más como los quebrados y las potencias, había que resolverlas mentalmente y escribir el resultado en la libreta en un tiempo corto. Un ejercicio de agilidad mental y rapidez.
Después seguían las mecanizaciones; veinte operaciones aritméticas varias (no fáciles) que había que resolver de manera individual, para luego entre todos resolverlas en el pizarrón y finalmente autoevaluarnos.
Continuábamos con la gramática, ortografía, redacción y lectura de comprensión. Nos enseñaban a conjugar los verbos al derecho y al revés, planas enteras de conjugación de verbos regulares e irregulares.
Destinábamos las dos últimas horas de la jornada a las otras asignaturas utilizando los libros de texto que nos daba la SEP.
Todos estos ejercicios diarios de matemáticas y de lengua nacional hacen que se ejercite el cerebro y la memoria, condición indispensable para el desarrollo intelectual. No lo digo yo, lo dicen los expertos. Las matemáticas ayudan a desarrollar el pensamiento lógico, a razonar, a tener una mente preparada para la abstracción y para la crítica.
Ahora resulta que quieren quitar estas importantísimas asignaturas, cuando está comprobada su importancia en el desarrollo neurológico de las niñas y los niños, y quieren probar un nuevo modelo inspirado más en una visión ideológica que en bases científicas y que a todas luces generará alumnos con graves carencias cognitivas. Algún especialista me dijo una frase lapidaria: “este modelo producirá una generación de tontos funcionales”.
No se vale experimentar con la niñez; no se vale anteponer la doctrina, la propaganda del sexenio sobre lo que científicamente está comprobado en cuanto al funcionamiento del cerebro y los mecanismos neurológicos del aprendizaje.