CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 11 de marzo de 2023
Llevo casi 40 años observando y escuchando la inutilidad de las comparecencias de funcionarios ante el Congreso del estado. Infortunadamente para toda la sociedad morelense, esos ejercicios, supuestamente destinados a la transparencia y rendición de cuentas, implican el derroche de recursos públicos, humanos y materiales, amén de que, eso sí, sirven para el lucimiento personal de los diputados locales en turno.
En días pasados el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco Bravo, entregó al Congreso su Cuarto Informe de gestión administrativa. Y según establece la Constitución Política de Morelos, forzosamente debe llevarse a cabo la “glosa” del propio informe. Esto se repite año tras año, insisto, sin resultados positivos para el grueso de la población, pero sí en lo tocante a la rentabilidad de los legisladores que, hacia los comicios de 2024, ansían incrementar su rentabilidad electoral.
Sin embargo, tal como lo he constatado durante décadas, las comparecencias de funcionarios estatales ante la multicitada instancia legislativa sirve para maldita la cosa. Antes de continuar, estimados lectores, les daré algunos datos sobre la base jurídica de ese mecanismo presuntamente diseñado para la rendición de cuentas del Poder Ejecutivo ante el Legislativo.
En nuestro país el artículo 93 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos obliga a los secretarios del Despacho, una vez abierto el periodo de sesiones ordinarias del Congreso, a dar cuenta del estado que guarden sus respectivos ramos. En Morelos tales ejercicios están previstos por los artículos 33 y 77 de la Constitución Política del Estado. En el primer precepto la presencia de funcionarios estatales debe cumplirse dentro de la glosa del informe anual del gobernador, siempre bajo protesta de decir verdad. Y en el segundo se faculta al Congreso para solicitar la comparecencia de los secretarios de Despacho cuando lo crea necesario.
Empero, este mecanismo de retroalimentación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo ha sido cuestionado y señalado por lo menos de ineficaz. No resiste el mínimo análisis objetivo.
He escrito infinidad de columnas indicando la falta de una reforma para que las comparecencias cumplan con la función de fiscalización y de corresponsabilidad entre los dos poderes, abandonando el montaje escénico donde los diputados hacen como que cuestionan y los funcionarios estatales “demuestran” que saben más. O el escenario se transforma en un escaparate para sacar raja electoral. Siempre surgen diputados cuyo objetivo, a todas luces belicoso, es hacer caer a los comparecientes en el ridículo y exhibirlos antes los medios de comunicación.
Además, las comparecencias no poseen carácter vinculatorio, mucho menos si son exigidas por el Congreso bajo presiones al Ejecutivo en turno. Hemos visto la misma película decenas de veces.
Repito: algunos miembros de la Quincuagésima Quinta Legislatura están plenamente identificados en su verdadera esencia protagónica, sin calidad en la propuesta parlamentaria. Debo incluir a los legisladores broncudos, que siempre son ubicados por propios y extraños como chivos locos en cristalería y en el área del “Bronx”.
El Bronx es un condado situado al norte de Nueva York, que durante muchas décadas se caracterizó por el deterioro y la existencia de grupos inclinados a la agresión. Fue famoso por existir pandillas en cada esquina, decididas a liarse a golpes, y gimnasios de los cuales emergieron algunos conocidos boxeadores. Por eso el “Bronx” del Congreso es el espacio donde se anclaron los diputados más belicosos, bastante propensos a la ira y a la revancha.
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